Sin
destino
Voz narrativa
El protagonista narra en pasado, salvo para algunas descripciones físicas de personajes importantes del principio de la narración, que las hace en presente, como si aún estuvieran vivos con el mismo aspecto, reforzando así la proximidad de su presencia.
Lo más chocante de esta voz es su falta de patetismo, en contraste con los dramáticos acontecimientos que narra. Las emociones desatadas de los adultos le resultan ajenas y le hacen sentir incómodo.
Es un típico héroe dickensiano, lleno de ánimo y optimismo frente a la adversidad: Candor, sin embargo, no significa estupidez: el joven es muy consciente de lo que está sucediendo tras las alambradas de Auschwitz (cámaras de gas, torturas, asesinatos...); pero acepta todo como le viene y se deja llevar sin protestas ni aspavientos; nada leasombra ni le subleva. No acusa a sus verdugos, no se queja de ellos.
Sin destino
fue la primera novela escrita por Kertész, durante un largo proceso de
escritura que abarcó quince años. Comenzada a comienzos de los 60, no se editó
en Hungría hasta 1975, con el autor ya entrado en los cuarenta. No sería hasta
su segunda edición en 1985, cuando empezaría a reconocerse su logro.
Finalmente, a partir de los 90, es aclamada por toda Europa como una de las
grandes novelas del siglo XX, lo que terminaría valiéndole la concesión del
Nobel de literatura en el 2002.
Sobre la obra
Historia del
año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración
nazis (experiencia que el autor vivió en propia carne.
Kertész hace
ficción, no literatura de testimonio. Ello le permite alejarse y mantener ese
característico tono desapegado y objetivo, por contraste con la brutalidad de
lo que cuenta.
Kertész parte de la fatalidad de la
deportación como de un hecho aceptado, que no discute, al que hay que luchar
por adaptarse y del que es posible extraer incluso cierta felicidad. Esa
aceptación del mal radical por parte de la víctima, esa alegría de vivir en las
peores circunstancias, suscita nuestro escándalo.
Estilo
Kertész
escribe con una prosa clásica, límpida, transparente. Con contención y ausencia
de patetismo.
Son muchas las influencias que se han
detectado en Kertész (Kafka, Becket, Thomas Benrhard...), pero por encima de
todas ellas, el propio autor destaca dos: Thomas Mann y Camus.Camus le influyó
mucho. El gran ejemplo de esta “distancia”, es “El extranjero”, desapegado de
sí mismo, pero también en el sentido de liberado, es decir, de hombre libre.
Otras de sus grandes influencias, ésta extraliteraria,
es la música clásica, y en “Sin destino”, la música dodecafónica, en concreto:
la música atonal: Berg, Schoenberg.
Voz narrativa
El protagonista narra en pasado, salvo para algunas descripciones físicas de personajes importantes del principio de la narración, que las hace en presente, como si aún estuvieran vivos con el mismo aspecto, reforzando así la proximidad de su presencia.
Se trata de
una voz ingenua, que ve las cosas desde fuera, sin terminar de entenderlas. El
mundo de los adultos se le aparece en cierta medida incomprensible y extraño,
aunque acabe imitando sus comportamientos para pasar desapercibido.
Lo más chocante de esta voz es su falta de patetismo, en contraste con los dramáticos acontecimientos que narra. Las emociones desatadas de los adultos le resultan ajenas y le hacen sentir incómodo.
No es una “novela del Holocausto”, sino de un
“estado”, el que ha captado, el de la “ausencia de destino”, característico del
ser humano inmerso en la maquinaria del Estado total, cuya manifestación más
extrema son precisamente los campos de exterminio. No es una narración. El
narrador, valga la paradoja, no está narrando; se trata de producir un efecto
de extrañamiento, de alienación.
La «naturalidad» de Kertész
Kertész
nunca carga las tintas. De hecho, apenas aparecen verdugos crueles en todo el
relato. Su última estancia en Buchenwald transcurre apaciblemente en el
hospital, sumido en la agradable languidez del convaleciente.
Igualmente
sucede en su narración del proceso de selección en Auschwitz, escena que
estamos acostumbrados a imaginar como una dramática barahúnda de gritos, golpes
y despedidas desgarradoras. En la versión de Kertész todo transcurre con eficiencia
y pulcritud, incluso entre sonrisas de los SS.
Y cuando se
entera de la existencia de las cámaras de gas, sólo se le ocurre comentar
impávido: «todo eso me pareció una broma o una burla típica de niños» Ni
siquiera en el campo de Zeitz, donde comienza la pavorosa cuesta abajo del
protagonista que lo convertirá en un «musulmán», (como se llamaba a los presos
que ya habían dejado de luchar y sólo esperaban la muerte), Kertész recurre al
patetismo.
György
acepta su degradación con naturalidad, como un proceso que no se discute. Parece
querer confiarnos que el verdadero horror de los campos no consistía en la
brutalidad y el sadismo, que incluso cuando se prescindía de esa violencia
extra añadida a todo el proceso, el horror permanecía intacto.
El horror
residía en la mera idea del campo de concentración y de todo lo que significaba,
en la naturalidad con que se aceptaba un orden que incluía como parte esencial,
no cuestionable, la existencia de lugares donde se exterminaba a seres humanos
o se les exprimía hasta la extenuación.
El héroe de Kertész se ha criado y educado
dentro de los campos, los ha vivido con normalidad, como un internado cuya
autoridad no se cuestiona.
György (George) Köves, el héroe
Es un típico héroe dickensiano, lleno de ánimo y optimismo frente a la adversidad: Candor, sin embargo, no significa estupidez: el joven es muy consciente de lo que está sucediendo tras las alambradas de Auschwitz (cámaras de gas, torturas, asesinatos...); pero acepta todo como le viene y se deja llevar sin protestas ni aspavientos; nada leasombra ni le subleva. No acusa a sus verdugos, no se queja de ellos.
Pero, a través de las más terribles experiencias, permanece inmutable, un fondo de honradez a toda prueba que nunca le abandona.
Su virtud
principal a lo largo de toda la historia, la honradez, le lleva a rechazar de
manera instintiva ese mundo de sus mayores y todo lo que conlleva: la
solemnidad hueca, el falso aire de autoridad, el patetismo histriónico..., una
sociedad hecha de convenciones y retórica que a György le resulta
fundamentalmente aburrida.
El joven, que en el primer capítulo comienza bajo la tutela del padre, regresará en el último al amparo de la madre. Se trata también de un trayecto simbólico desde el mundo de la autoridad, el trabajo y las asfixiantes convenciones sociales, representadas en la figura paterna y en todo el mundo de parientes y conocidos que se reúnen a su alrededor para despedirse, hasta el otro mundo mucho más secreto, solitario y caprichoso de los impulsos más nuestros, encarnados por la lejana e inestable madre. Entre medias, ese mundo del padre que parecía tan sólido ha sido arrasado hasta los cimientos, junto conel propio padre (desaparecido en Mauthausen, como nos enteraremos en el último capítulo) y los valores que lo sostenían.
Para György,
esa nueva sociedad surgida de las cenizas de la anterior, una sociedad donde su
experiencia de los campos no tiene cabida porque nadie la comprende, resulta
tan absurda y extraña como la que fue destruida.
De modo que,
al final de la historia y al contrario que en las novelas de formación, el
héroe sigue estando tan al margen de la sociedad como al principio. Cualquier
papel que le toque jugar en ella representará siempre un compromiso absurdo
para salvar las apariencias.
En realidad, su verdadero objetivo en la vida está del lado de la madre, no del padre, pues consiste en la búsqueda de la felicidad, nunca del éxito ni siquiera de la respetabilidad. Una felicidad futura, pero también pasada, incluso experimentada en los campos.
Ausencia de destino
En cierto
modo, el protagonista se coloca en el mismo lugar de los antiguos místicos de
entrega a un poder infinitamente superior sólo que, en este caso, el poder
superior no es divino sino humano.
En el umbral
mismo de la vida, justo cuando un individuo comienza a tomar sus primeras
decisiones y a ser responsable de su existencia, el héroe se ve arrastrado por
una fuerza abrumadora que le priva de toda capacidad de encauzar su vida, es
decir, le deja sin destino.
Sólo trata
de mantenerse a flote en medio de la corriente que le empuja. Al final, cuando,
después del regreso de los campos, unos vecinos le piden que olvide todo y
comience de nuevo, él se da cuenta de que no se puede empezar de cero, que uno,
a pesar de todo, es responsable de todos los pasos que ha ido dando hasta
entonces.
Incluso en
las peores circunstancias (como son las de Auschwitz y Buchenwald), esos pasos
los ha dado él y no otro, y siempre hubiera podido dejar de darlos o darlos en
otra dirección.
Entonces le
sobreviene la revelación:
«Si existe
la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos
somos nuestro propio destino»
“Sin
destino” significa, por un lado, una especie de convencimiento de si el hombre
ha dispuesto en alguna ocasión de destino, hoy ya no es así: fuerzas externas
lo arrastran hacia la muerte, como un pelele.
Por otro lado, tampoco hay un destino en el sentido que se le daba en la antigüedad, ya que vemos a los dioses o el dios único― en nosotros mismos; no existe, por lo tanto, ningún destino fijado desde fuera, y todos los protagonistas son culpables por lo que sucede en cualquier momento, en el transcurso de un suceso, independientemente de su importancia.
Incluso
allí, pues, en Auschwitz, había existido la libertad. Y no sólo la libertad:
algo que se parecía a la felicidad.
Y en ello reside el principal fracaso de los
nazis: no sólo en que alguien haya logrado sobrevivir a ese infierno, sino en
que alguien, un muchacho sin experiencia, la víctima más fácil en apariencia, consiguiera
sentirse libre y feliz en algún momento dentro de ese infierno. Que un lugar
destinado a infligir la mayor opresión e infelicidad haya servido,
paradójicamente, para el descubrimiento de la libertad y de la felicidad por
parte de un frágil adolescente constituye el mayor desafío de la novela.
Y ése es el principal escándalo que suscitó, y todavía suscita, “Sin destino” , que el tema central de un libro sobre Auschwitz sea, no un lamento por la inhumanidad del hombre o por la civilización que produjo las cámaras de gas, ni siquiera un canto lúgubre por los asesinados, sino, pura y llanamente, la felicidad, la felicidad a pesar de Auschwitz, «la felicidad vista como una obligación». Las últimas alusiones de la novela no hablan más que de la felicidad.
«Experimenté
mis momentos más radicales de felicidad en el campo de concentración [...]
Estar muy cerca de la muerte es también una especie de felicidad. Sólo
sobrevivir se convierte en la mayor libertad de todas»
¿Testimonio o ficción?
Kertész ha
señalado en numerosas ocasiones la insuficiencia del simple testimonio para
reflejar y transmitir la enormidad que supuso Auschwitz. Puesto que el
Holocausto representó una experiencia inédita y el colapso de toda una
civilización, no sirven las formas aceptadas hasta entonces de transmisión. Es
preciso someter el lenguaje a un proceso de elaboración artística que lo haga
capaz de enfrentarse a un hecho sin precedentes, y, por tanto, casi
incomunicable. No basta con contar lo que pasó, sino que es preciso recrear el
horror mediante una forma artística que esté a la altura de la singularidad e
inhumanidad de su materia.
El protagonista de “Sin destino” habla en primera
persona, adoptando así, disfrazándose de, por mejor decir, los modos de la
literatura testimonial y autobiográfica. Es el género aceptado en la literatura
del Holocausto y Kertész lo asume, pero para dotarlo con un contenido nuevo,
inédito: “una novela irónica disfrazada de autobiografía que se opone a la
literatura concentracionaria archiconocida, es decir, a la literatura a secas”.
Kertész sigue a Nietzsche, Thomas Mann y Proust en la
consideración del arte como valor supremo, el instrumento que permite redimir
el pasado en una forma artística, provocando la catarsis, la liberación y
comprensión de la experiencia vivida.
Se despersonalizan los recuerdos al novelarlos: Es muy
revelador cuando György, recién regresado de Buchenwald, se niega a colaborar
con un periodista para escribir reportajes sobre su experiencia de los campos.
Una novela de formación
Sin destino puede
considerarse, por género, una novela de formación Su particularidad es que la
formación se produce en el peor contexto imaginable: los campos de concentración
y exterminio.
La novela de
formación describe la entrada de un joven en el mundo adulto y su conversión
posterior en un ser maduro y con experiencia. En el proceso, el héroe conoce y
retrata los resortes y convenciones de la sociedad en la que se mueve. La
peripecia se salda con la aceptación unas veces triunfante o cínica, otras crítica
y
rebelde, de la sociedad en la que termina por hallar acomodo, después de
múltiples decepciones e incluso experiencias traumáticas.
Ahora bien,
lo que hace singular a esta novela de formación es que la sociedad en la que el
héroe debe integrarse está pensada exclusivamente para destruirlo. Es un
submundo aparte, paralelo a la sociedad normal, un universo (el universo
concentracionario) con sus propias características y normas, el conjunto de los
cuales sólo tiene un fin: aniquilarle.
Por tanto, el propósito de buscar un
lugar en ella no es que resulte problemático, es que está condenado de antemano
al fracaso, puesto que no hay lugar en ese mundo para los que son como él,
salvo el horno crematorio y la fosa común. Se da, pues, la paradoja de que esta
novela de formación es, al mismo tiempo, una novela de destrucción.
Aun así, el héroe ha sobrevivido para conocer las dos grandes experiencias de la vida: la libertad y la felicidad. Sólo que, al final, la sociedad en la que debía hallar acomodo se ha desintegrado: György ya no tiene nada en común ni nada puede compartir con las gentes con las que convivía antes de su cautiverio. No logra comunicarse con ellos y lo único que recibe a cambio es incomprensión y hostilidad. Le roban primero el nombre y a cambio le dejan un número. Luego es el cuerpo el que le deja en la estacada. Y por fin acaba por sentirse sólo un hueco. En el lugar del yo, se abre en él el vacío metafísico más absoluto. “Él, en la vida que le ha tocado vivir, no ve destino alguno sino una prueba extraña.»
El universo concentracionario de “Sin destino”
El lager (campo de concentración), compone todo un
universo cerrado y estanco, con su propia tipología: existen campos de exterminio y de trabajo, campos
buenos y campos malos, grandes y pequeños, con crematorio o sin él; incluso
campos “hermosos” y campos de tercera categoría, como Zeitz, en el que, sin
embargo, él está más cerca que nunca de desaparecer.
Ahora bien, toda la buena voluntad y las estrategias de supervivencia se revelan inútiles en el campo de concentración porque no hay tiempo para aplicarlas, (como es sabido, la media de supervivencia en Auschwitz y otros campos era de tres meses).
El protagonista ya no concibe otro mundo: no piensa en escapar, ni siente nostalgia, ni
especula con el próximo final de la guerra su liberación; no echa de menos
nada... salvo la comida.
Es esta ausencia
de protesta y
de lamento durante todo el relato,
esta aceptación espontánea de un destino monstruoso, lo que,
finalmente, nos resulta más
desasosegante. El héroe no se plantea ya que pueda haber otra vida; el lager es su único horizonte. En consecuencia,
desarrolla toda una psicología del comportamiento en un campo.
Ahora bien, toda la buena voluntad y las estrategias de supervivencia se revelan inútiles en el campo de concentración porque no hay tiempo para aplicarlas, (como es sabido, la media de supervivencia en Auschwitz y otros campos era de tres meses).
Imre
Kertész Hungría, 1929-2016)
Escritor húngaro nacido en Budapest, vástago
de una familia judía.
Contaba 15 años cuando fue deportado al campo
de concentración de Auschwitz-Birkenau. En el año 1945 fue liberado del campo
de exterminio de Buchenwald.
Siguieron después 15 años, hasta que Imre
Kertész comenzó a trabajar en la novela “Sin destino” (1975). Cuando, después
de diez años, concluyó el manuscrito, había escrito una de las obras
literariamente más destacadas sobre el llamado holocausto, una obra maestra
estremecedora y al mismo tiempo provocadora.
Trabajó inicialmente como periodista, pero el
diario para el que escribía fue declarado en breve tiempo órgano del Partido
Comunista, y él fue despedido el año 1951.
Escribió musicales y piezas amenas para la
escena teatral, y después de publicar su libro “Sin destino”, comenzó a
trabajar como traductor. Tradujo al húngaro a Friedrich Nietzsche, Sigmund
Freud, Hugo von Hofmannsthal, Elías Canetti, Ludwig Wittgenstein, Joseph Roth,
Arthur Schnitzler, Tankred Dorst y otros muchos.
El prestigio de que gozó Imre Kertész es fiel reflejo del expresivo vigor filosófico con el que se enfrentó a la vida. Cuenta entre los escritores del presente siglo que han devuelto a la tarea narrativa su honda seriedad vital. No quiso emplear para sus narraciones la levedad de la invención poética. Conoció bien la gravedad de un relato que no se aparta de la vida, sino que permanece firme ante ella, plena de inquietud existencial y de tensión intelectual. La terrible experiencia del campo de exterminio constituye el horizonte de su incansable meditación.
Hay
que tomar también en serio a Imre Kertész en sus nocturnos paseos
intelectuales. Este escritor no gustó de filosofar a la luz diurna de los
tratados lógicos o ensayísticos. Prefirió a ella la oscuridad protectora y reveladora
propia de la narración.
No
será posible superar la consternación que se apodera del lector cuando recorre
las páginas de Sin destino, si acaso, reprimirla. Pero sí aprenderá a
comprenderla si está dispuesto a seguir a Imre Kertész en su línea de pensamiento.
Entrega Premio Nobel |
Sus
novelas son una reflexión profunda de toda una vida, y muy cercana a ésta,
sobre el destino y la falta del mismo, sobre la libertad y la angustia de
sobrevivir, sobre el sistema y la moral. “Sin destino”, es una de las obras más
importantes de la literatura europea de este siglo.
Escribió también, las novelas “El fracaso”
(1988), “Un instante de silencio en el paredón” (1998) y “Kaddish para un niño
no nacido” (2001), así como el “Diario de la galera” (1992) y el diario “Yo y
el Otro” (1997).
En el año 2002 fue galardonado con el
premio Nobel de literatura, siendo el primer escritor húngaro que lo
consigue.
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