15 ene 2017

Sin destino


Sin destino

Sin destino fue la primera novela escrita por Kertész, durante un largo proceso de escritura que abarcó quince años. Comenzada a comienzos de los 60, no se editó en Hungría hasta 1975, con el autor ya entrado en los cuarenta. No sería hasta su segunda edición en 1985, cuando empezaría a reconocerse su logro. Finalmente, a partir de los 90, es aclamada por toda Europa como una de las grandes novelas del siglo XX, lo que terminaría valiéndole la concesión del Nobel de literatura en el 2002.

Sobre la obra
Historia del año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración nazis (experiencia que el autor vivió en propia carne.
Kertész hace ficción, no literatura de testimonio. Ello le permite alejarse y mantener ese característico tono desapegado y objetivo, por contraste con la brutalidad de lo que cuenta.
 Kertész parte de la fatalidad de la deportación como de un hecho aceptado, que no discute, al que hay que luchar por adaptarse y del que es posible extraer incluso cierta felicidad. Esa aceptación del mal radical por parte de la víctima, esa alegría de vivir en las peores circunstancias, suscita nuestro escándalo.

Estilo

Kertész escribe con una prosa clásica, límpida, transparente. Con contención y ausencia de patetismo.
 Son muchas las influencias que se han detectado en Kertész (Kafka, Becket, Thomas Benrhard...), pero por encima de todas ellas, el propio autor destaca dos: Thomas Mann y Camus.Camus le influyó mucho. El gran ejemplo de esta “distancia”, es “El extranjero”, desapegado de sí mismo, pero también en el sentido de liberado, es decir, de hombre libre.
Otras de sus grandes influencias, ésta extraliteraria, es la música clásica, y en “Sin destino”, la música dodecafónica, en concreto: la música atonal: Berg, Schoenberg.


Voz narrativa

El protagonista narra en pasado, salvo para algunas descripciones físicas de personajes importantes del principio de la narración, que las hace en presente, como si aún estuvieran vivos con el mismo aspecto, reforzando así la proximidad de su presencia.
Se trata de una voz ingenua, que ve las cosas desde fuera, sin terminar de entenderlas. El mundo de los adultos se le aparece en cierta medida incomprensible y extraño, aunque acabe imitando sus comportamientos para pasar desapercibido.



 Lo más chocante de esta voz es su falta de patetismo, en contraste con los dramáticos acontecimientos que narra. Las emociones desatadas de los adultos le resultan ajenas y le hacen sentir incómodo.
No es una “novela del Holocausto”, sino de un “estado”, el que ha captado, el de la “ausencia de destino”, característico del ser humano inmerso en la maquinaria del Estado total, cuya manifestación más extrema son precisamente los campos de exterminio. No es una narración. El narrador, valga la paradoja, no está narrando; se trata de producir un efecto de extrañamiento, de alienación.

La «naturalidad» de Kertész

Kertész nunca carga las tintas. De hecho, apenas aparecen verdugos crueles en todo el relato. Su última estancia en Buchenwald transcurre apaciblemente en el hospital, sumido en la agradable languidez del convaleciente.
Igualmente sucede en su narración del proceso de selección en Auschwitz, escena que estamos acostumbrados a imaginar como una dramática barahúnda de gritos, golpes y despedidas desgarradoras. En la versión de Kertész todo transcurre con eficiencia y pulcritud, incluso entre sonrisas de los SS.
Y cuando se entera de la existencia de las cámaras de gas, sólo se le ocurre comentar impávido: «todo eso me pareció una broma o una burla típica de niños» Ni siquiera en el campo de Zeitz, donde comienza la pavorosa cuesta abajo del protagonista que lo convertirá en un «musulmán», (como se llamaba a los presos que ya habían dejado de luchar y sólo esperaban la muerte), Kertész recurre al patetismo.




György acepta su degradación con naturalidad, como un proceso que no se discute. Parece querer confiarnos que el verdadero horror de los campos no consistía en la brutalidad y el sadismo, que incluso cuando se prescindía de esa violencia extra añadida a todo el proceso, el horror permanecía intacto.
El horror residía en la mera idea del campo de concentración y de todo lo que significaba, en la naturalidad con que se aceptaba un orden que incluía como parte esencial, no cuestionable, la existencia de lugares donde se exterminaba a seres humanos o se les exprimía hasta la extenuación.
 El héroe de Kertész se ha criado y educado dentro de los campos, los ha vivido con normalidad, como un internado cuya autoridad no se cuestiona.

György (George) Köves, el héroe


Es un típico héroe dickensiano, lleno de ánimo y optimismo frente a la adversidad: Candor, sin embargo, no significa estupidez: el joven es muy consciente de lo que está sucediendo tras las alambradas de Auschwitz (cámaras de gas, torturas, asesinatos...); pero acepta todo como le viene y se deja llevar sin protestas ni aspavientos; nada leasombra ni le subleva. No acusa a sus verdugos, no se queja de ellos. 



Pero, a través de las más terribles experiencias, permanece inmutable, un fondo de honradez a toda prueba que nunca le abandona.
 Su virtud principal a lo largo de toda la historia, la honradez, le lleva a rechazar de manera instintiva ese mundo de sus mayores y todo lo que conlleva: la solemnidad hueca, el falso aire de autoridad, el patetismo histriónico..., una sociedad hecha de convenciones y retórica que a György le resulta fundamentalmente aburrida. 

 El joven, que en el primer capítulo comienza bajo la tutela del padre, regresará en el último al amparo de la madre. Se trata también de un trayecto simbólico desde el mundo de la autoridad, el trabajo y las asfixiantes convenciones sociales, representadas en la figura paterna y en todo el mundo de parientes y conocidos que se reúnen a su alrededor para despedirse, hasta el otro mundo mucho más secreto, solitario y caprichoso de los impulsos más nuestros, encarnados por la lejana e inestable madre. Entre medias, ese mundo del padre que parecía tan sólido ha sido arrasado hasta los cimientos, junto conel propio padre (desaparecido en Mauthausen, como nos enteraremos en el último capítulo) y los valores que lo sostenían. 

 

Para György, esa nueva sociedad surgida de las cenizas de la anterior, una sociedad donde su experiencia de los campos no tiene cabida porque nadie la comprende, resulta tan absurda y extraña como la que fue destruida. 

De modo que, al final de la historia y al contrario que en las novelas de formación, el héroe sigue estando tan al margen de la sociedad como al principio. Cualquier papel que le toque jugar en ella representará siempre un compromiso absurdo para salvar las apariencias.




 En realidad, su verdadero objetivo en la vida está del lado de la madre, no del padre, pues consiste en la búsqueda de la felicidad, nunca del éxito ni siquiera de la respetabilidad. Una felicidad futura, pero también pasada, incluso experimentada en los campos.

Ausencia de destino

En cierto modo, el protagonista se coloca en el mismo lugar de los antiguos místicos de entrega a un poder infinitamente superior sólo que, en este caso, el poder superior no es divino sino humano.
En el umbral mismo de la vida, justo cuando un individuo comienza a tomar sus primeras decisiones y a ser responsable de su existencia, el héroe se ve arrastrado por una fuerza abrumadora que le priva de toda capacidad de encauzar su vida, es decir, le deja sin destino.
Sólo trata de mantenerse a flote en medio de la corriente que le empuja. Al final, cuando, después del regreso de los campos, unos vecinos le piden que olvide todo y comience de nuevo, él se da cuenta de que no se puede empezar de cero, que uno, a pesar de todo, es responsable de todos los pasos que ha ido dando hasta entonces. 

 
Incluso en las peores circunstancias (como son las de Auschwitz y Buchenwald), esos pasos los ha dado él y no otro, y siempre hubiera podido dejar de darlos o darlos en otra dirección.

Entonces le sobreviene la revelación:
«Si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino»
“Sin destino” significa, por un lado, una especie de convencimiento de si el hombre ha dispuesto en alguna ocasión de destino, hoy ya no es así: fuerzas externas lo arrastran hacia la muerte, como un pelele.







 Por otro lado, tampoco hay un destino en el sentido que se le daba en la antigüedad, ya que vemos a los dioses o el dios único― en nosotros mismos; no existe, por lo tanto, ningún destino fijado desde fuera, y todos los protagonistas son culpables por lo que sucede en cualquier momento, en el transcurso de un suceso, independientemente de su importancia.
Incluso allí, pues, en Auschwitz, había existido la libertad. Y no sólo la libertad: algo que se parecía a la felicidad.



 

 Y en ello reside el principal fracaso de los nazis: no sólo en que alguien haya logrado sobrevivir a ese infierno, sino en que alguien, un muchacho sin experiencia, la víctima más fácil en apariencia, consiguiera sentirse libre y feliz en algún momento dentro de ese infierno. Que un lugar destinado a infligir la mayor opresión e infelicidad haya servido, paradójicamente, para el descubrimiento de la libertad y de la felicidad por parte de un frágil adolescente constituye el mayor desafío de la novela.






Y ése es el principal escándalo que suscitó, y todavía suscita, “Sin destino” , que el tema central de un libro sobre Auschwitz sea, no un lamento por la inhumanidad del hombre o por la civilización que produjo las cámaras de gas, ni siquiera un canto lúgubre por los asesinados, sino, pura y llanamente, la felicidad, la felicidad a pesar de Auschwitz, «la felicidad vista como una obligación». Las últimas alusiones de la novela no hablan más que de la felicidad.

«Experimenté mis momentos más radicales de felicidad en el campo de concentración [...] Estar muy cerca de la muerte es también una especie de felicidad. Sólo sobrevivir se convierte en la mayor libertad de todas»

¿Testimonio o ficción?

Kertész ha señalado en numerosas ocasiones la insuficiencia del simple testimonio para reflejar y transmitir la enormidad que supuso Auschwitz. Puesto que el Holocausto representó una experiencia inédita y el colapso de toda una civilización, no sirven las formas aceptadas hasta entonces de transmisión. Es preciso someter el lenguaje a un proceso de elaboración artística que lo haga capaz de enfrentarse a un hecho sin precedentes, y, por tanto, casi incomunicable. No basta con contar lo que pasó, sino que es preciso recrear el horror mediante una forma artística que esté a la altura de la singularidad e inhumanidad de su materia. 



El protagonista de “Sin destino” habla en primera persona, adoptando así, disfrazándose de, por mejor decir, los modos de la literatura testimonial y autobiográfica. Es el género aceptado en la literatura del Holocausto y Kertész lo asume, pero para dotarlo con un contenido nuevo, inédito: “una novela irónica disfrazada de autobiografía que se opone a la literatura concentracionaria archiconocida, es decir, a la literatura a secas”.



Kertész sigue a Nietzsche, Thomas Mann y Proust en la consideración del arte como valor supremo, el instrumento que permite redimir el pasado en una forma artística, provocando la catarsis, la liberación y comprensión de la experiencia vivida.
Se despersonalizan los recuerdos al novelarlos: Es muy revelador cuando György, recién regresado de Buchenwald, se niega a colaborar con un periodista para escribir reportajes sobre su experiencia de los campos.

Una novela de formación

Sin destino puede considerarse, por género, una novela de formación Su particularidad es que la formación se produce en el peor contexto imaginable: los campos de concentración y exterminio.
La novela de formación describe la entrada de un joven en el mundo adulto y su conversión posterior en un ser maduro y con experiencia. En el proceso, el héroe conoce y retrata los resortes y convenciones de la sociedad en la que se mueve. La peripecia se salda con la aceptación unas veces triunfante o cínica, otras crítica   y rebelde, de la sociedad en la que termina por hallar acomodo, después de múltiples decepciones e incluso experiencias traumáticas. 

 
Ahora bien, lo que hace singular a esta novela de formación es que la sociedad en la que el héroe debe integrarse está pensada exclusivamente para destruirlo. Es un submundo aparte, paralelo a la sociedad normal, un universo (el universo concentracionario) con sus propias características y normas, el conjunto de los cuales sólo tiene un fin: aniquilarle. 

Por tanto, el propósito de buscar un lugar en ella no es que resulte problemático, es que está condenado de antemano al fracaso, puesto que no hay lugar en ese mundo para los que son como él, salvo el horno crematorio y la fosa común. Se da, pues, la paradoja de que esta novela de formación es, al mismo tiempo, una novela de destrucción.



Aun así, el héroe ha sobrevivido para conocer las dos grandes experiencias de la vida: la libertad y la felicidad. Sólo que, al final, la sociedad en la que debía hallar acomodo se ha desintegrado: György ya no tiene nada en común ni nada puede compartir con las gentes con las que convivía antes de su cautiverio. No logra comunicarse con ellos y lo único que recibe a cambio es incomprensión y hostilidad. Le roban primero el nombre y a cambio le dejan un número. Luego es el cuerpo el que le deja en la estacada. Y por fin acaba por sentirse sólo un hueco. En el lugar del yo, se abre en él el vacío metafísico más absoluto. “Él, en la vida que le ha tocado vivir, no ve destino alguno sino una prueba extraña.» 




El universo concentracionario   de “Sin destino”

El lager (campo de concentración), compone todo un universo cerrado y estanco, con su propia tipología:  existen campos de exterminio y de trabajo, campos buenos y campos malos, grandes y pequeños, con crematorio o sin él; incluso campos “hermosos” y campos de tercera categoría, como Zeitz, en el que, sin embargo, él está más cerca que nunca de desaparecer. 

El protagonista ya   no   concibe otro mundo:  no piensa en escapar, ni siente nostalgia, ni especula con el próximo final de la guerra su liberación; no echa de menos nada... salvo la comida.
Es   esta   ausencia   de   protesta   y   de   lamento durante todo el relato, esta aceptación   espontánea de un destino monstruoso, lo que, finalmente, nos resulta   más desasosegante. El héroe no se plantea ya que pueda haber otra vida; el   lager es su único horizonte. En consecuencia, desarrolla toda una psicología del comportamiento en un campo.




Ahora   bien, toda la buena voluntad y las estrategias de supervivencia se revelan inútiles en el campo de concentración porque no hay tiempo para aplicarlas, (como es sabido, la media de supervivencia en Auschwitz y otros campos era de tres meses). 


Imre Kertész   Hungría, 1929-2016)




 Escritor húngaro nacido en Budapest, vástago de una familia judía.
 Contaba 15 años cuando fue deportado al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. En el año 1945 fue liberado del campo de exterminio de Buchenwald.
Siguieron después 15 años, hasta que Imre Kertész comenzó a trabajar en la novela “Sin destino” (1975). Cuando, después de diez años, concluyó el manuscrito, había escrito una de las obras literariamente más destacadas sobre el llamado holocausto, una obra maestra estremecedora y al mismo tiempo provocadora.
 Trabajó inicialmente como periodista, pero el diario para el que escribía fue declarado en breve tiempo órgano del Partido Comunista, y él fue despedido el año 1951.
 Escribió musicales y piezas amenas para la escena teatral, y después de publicar su libro “Sin destino”, comenzó a trabajar como traductor. Tradujo al húngaro a Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Hugo von Hofmannsthal, Elías Canetti, Ludwig Wittgenstein, Joseph Roth, Arthur Schnitzler, Tankred Dorst y otros muchos.

 El prestigio de que gozó Imre Kertész es fiel reflejo del expresivo vigor filosófico con el que se enfrentó a la vida. Cuenta entre los escritores del presente siglo que han devuelto a la tarea narrativa su honda seriedad vital. No quiso emplear para sus narraciones la levedad de la invención poética. Conoció bien la gravedad de un relato que no se aparta de la vida, sino que permanece firme ante ella, plena de inquietud existencial y de tensión intelectual. La terrible experiencia del campo de exterminio constituye el horizonte de su incansable meditación.
 Hay que tomar también en serio a Imre Kertész en sus nocturnos paseos intelectuales. Este escritor no gustó de filosofar a la luz diurna de los tratados lógicos o ensayísticos. Prefirió a ella la oscuridad protectora y reveladora propia de la narración.
No será posible superar la consternación que se apodera del lector cuando recorre las páginas de Sin destino, si acaso, reprimirla. Pero sí aprenderá a comprenderla si está dispuesto a seguir a Imre Kertész en su línea de pensamiento.

Entrega Premio Nobel
Sus novelas son una reflexión profunda de toda una vida, y muy cercana a ésta, sobre el destino y la falta del mismo, sobre la libertad y la angustia de sobrevivir, sobre el sistema y la moral. “Sin destino”, es una de las obras más importantes de la literatura europea de este siglo.
Escribió también, las novelas “El fracaso” (1988), “Un instante de silencio en el paredón” (1998) y “Kaddish para un niño no nacido” (2001), así como el “Diario de la galera” (1992) y el diario “Yo y el Otro” (1997).
En el año 2002 fue galardonado con el premio Nobel de literatura, siendo el primer escritor húngaro que lo consigue.  




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